Presbítero MARCELO DANIEL FRANK Parroquia SAN PABLO.
Queridos policías:
Esta es la Acción de Gracias por excelencia: la Santa Misa. Hemos venido a agradecerle al Señor por los bienes recibidos, también a pedirle fuerzas para continuar nuestro camino, a pedir luz para asumir el ideal que traza Dios en nosotros. Lo estamos haciendo en el Santuario, en la casa de nuestra Madre bajo la misma advocación que tiene la Policía de la Provincia de Santa Fe: Nuestra Señora de los Milagros.
Venimos con espíritu de fe, esa fe que debemos aumentar y transmitir. Esa fe que tuvo el profeta Jeremías por lo que no calló lo que Dios le pedía sabiéndose seguro que el Señor lo avalaba, esa misa fe que tuvo Juan el Bautista a quien hoy recordamos, pues por decir la Verdad entera, sin retaceo alguno, le cortaron la cabeza, pero su alma fue al cielo y su sangre fue parte del cimiento de la Iglesia. Una fe que nos hace poner el corazón y la mente en Dios. Una fe que no es mezquina simpatía por una determinada institución religiosa que hemos optado seguir de modo similar al corazón que quizás podemos poner en un club deportivo o en un pasatiempo. La fe nos debe llevar a cuestionarnos todos los días hasta dónde somos serios de verdad en las cosas de la vida que Dios nos ha regalado y en la respuesta que le debemos al mismo Creador. La fe vivida con calidad lleva a vivir nuestra vocación con un color especial. Este contexto indaga profundamente en nuestro ser sobre la cuestión de para qué existimos, para qué hemos nacido, por qué vamos a morir.
Es cierto que las personas humanas podemos fallar, pero Dios nunca lo hace y, misteriosa o providencialmente Dios ha querido que esa fe, el conocimiento de Dios se transmita por medio de hombres, nosotros, que siendo grandes tesoros los llevamos en vasijas de barro.
La fe nos lleva a hablar de Dios, de la esperanza auténtica. Un Dios postergado de la sociedad, usado para planes humanos, a Dios que se lo quiere sacar de la Escuela, de la familia y hasta de la misma Iglesia. A veces se pretende una Iglesia de acciones meramente sociales u obsecuentes, con fines utilitarios y escénicos. Hoy para muchos Dios no es, o ya fue. Algunos dicen que la Iglesia no vive la realidad; sin embargo, la realidad que esos dicen conocer tarde o temprano les entumece la mente, les recorta felicidad, les amarga el alma, no les permite desplegar las alas para volar alto, engendra corazones acorralados por malos sentimientos. Ir contra el origen del existir y de la felicidad que es Dios, es ir contra uno mismo.
Quien no está con el Señor, está contra Él. Quien no junta, desparrama. Quien se burla de Dios y de la Iglesia difícilmente respete a alguien y se respete a sí mismo. Quien pretende destruir la fe en la gente, en los niños, en los jóvenes, en los adultos, en todos, quien promueve la burla a las cosas del Señor puede ser ignorante en primera instancia, pero cuando quiera poner más saña y cuestionamientos sutiles reflejará su malicia, o que es muy deliberadamente bruto. Aunque la persona diga tener dudas o decirse agnóstico, puede estar en un proceso que no le da derecho a la ironía antirreligiosa, o sería muy grave su realidad interior.
Cuando venimos con amor a darle un poco de nuestro tiempo a Dios, cuando aún siendo personas grandes, maduras, experimentadas que conocemos la realidad, la calle, la vida, las penas y las alegrías, cuando quizás sean ya muchos padres y hasta abuelos, cuando la vida nos llevó a la fortaleza en las reacciones, a la justa sensibilidad para asumir distintos hechos, cuando nos creamos prácticamente ‘realizados’, pero sobre todo, tengamos el valor de arrodillarnos ante Dios y abrazarnos espiritualmente a María, echar unas lágrimas por el sufrimiento ajeno y por el dolor de nuestros pecados, entonces sí, podremos decir que somos hombres plenamente. Solo el hombre entiende por qué se arrodilla y puede poner un sentido espiritual al abrazo. Solo el hombre auténtico sabe reír sin degradar al prójimo, sabe gozar sin pecar, sabe amar sin ser infiel, sabe llorar sin perder su hombría. Todo esto lo vivió auténticamente Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
También a veces solo el Policía sabe qué es ser Policía. Horas al servicio de los demás, riesgos, obediencia, respeto, tiempo extra previsto e imprevisto, traslados, urgencias, buena compañía un día y soledad en otro, logros y fracasos, ser para algunos un funcionario considerado un robot y sin sentimientos dentro de un uniforme, acarrear la cruz de errores ajenos, ser buscado en la emergencia y a veces despreciado en la tranquilidad, saberse un servidor del orden público y llegado a casa siendo esposo, padre, un vecino común, ir a la Iglesia y tener el coraje de manifestarse como cristiano, defender los principios de la fe como lo haría con alguien que degrada su persona o de un ser querido. Lograr el equilibrio entre la falta de tiempo para hacer mucho en pocas horas, y a veces pasar largas horas dando tranquilidad al prójimo sin mayor acción. Siempre está la posibilidad de hacerlo todo solo por hacerlo, por inercia, de poner la mente a trabajar en cosas buenas, malas, o dejarla en blanco, o por qué no, optar por lo primero que podríamos hacer: rezar, meditar, ofrecer nuestro trabajo al Señor. Ser jefes de familias de gente auténticamente honesta, gente de fe, como muchos realmente lo son dentro de la Institución.
Hoy estamos a los pies de María. La imagen que se destaca en este Santuario nos debe animar para que nuestra vida no pase en vano, que no sea vivir por vivir, estar por estar, trabajar por trabajar, ascender por ascender, y aspirar a retirarnos con cierta tranquilidad, sino a ser plenamente hombres que saben lo que hacen y entonces dan una orden que siempre es servicio; cumplen una orden siempre con respeto, y en uno y otro caso, con mayor o menor jerarquía, mando y autoridad, cumpliendo, haciendo cumplir y practicando lo que corresponde, saber que en el fondo, en lo profundo del alma, somos todos iguales ante Dios y de esa toma de conciencia y la consecuencia con la que procedamos nos pedirá cuentas el Señor.
Un año más de esta noble institución: la Policía de la Provincia de Santa Fe. Una institución de hombres y por eso con luces y sombras, siempre tratando de crear más luz que dejando sombras e iluminando con el resplandor de la fe, utilizando el señorío en el trato, siendo modelos con el respeto, aspirando a vivir fraternalmente, disipando toda tiniebla que por la cantidad de personas que somos, seres humanos al fin, naturalmente se va necesitando.
No hemos venido aquí a dar una imagen social, hemos venido a dar gracias a Dios, celebrar la Eucaristía, venerar la imagen de María sabiendo que cuando alguien honra a su madre se dignifica a sí mismo, y estamos venerando juntos a la Virgen como Policías, como hombres, como personas, hermanos al fin, porque eso es dignificarnos a nosotros mismos.
Damos gracias a Dios por los bienes recibidos, porque sirviendo a la humanidad el Policía por medio del Gobierno es remunerado para que con sus familias se inserten digna y educadamente en esta sociedad compleja y en gran parte ajena a Dios, pero sedienta de personas con ejemplos de bien obrar, de servicio y de entrega a lo que ustedes y todos los Policías de Santa Fe que de algún modo representan aspiran y por cierto, y que seguramente mucho ya han conseguido.
Por último, no olvidemos a los Policías fallecidos, especialmente a los muertos en servicio, que Dios los tenga en su gloria, que asuman con el mismo valor las tareas sus compañeros, y que la sociedad se detenga más en ellos que están llenos de méritos, antes que prestar exclusiva atención a errores, atendibles por cierto, pero que tratados oportuna y equitativamente evitarán resentimientos que complican la paz de todos. Justicia no es venganza.
Dios y la Virgen los acompañan. Déjense acompañar. Vivan auténticamente su vocación de Policías, pero sobre todo, su vocación de cristianos.